Para revertir la trata de personas y fortalecer a la sociedad y sus integrantes
Abstract
La frontera sur de México es destino de viejas y numerosas migraciones internacionales
(Casillas y Castillo, 1994), de transmigración signiicativa desde hace 20 años
(Casillas, 2007a) y, recientemente, origen de una creciente emigración internacional,
sobre todo de oriundos de Chiapas (Jáuregui, 2007). La inmigración internacional ha
contado y cuenta con diversas facilidades para el ingreso al país. Esa frontera ha estado
despoblada en distintos momentos y áreas, con otras densamente pobladas por
la conjugación de poblaciones autóctonas y migraciones internas e internacionales
(Hernández, 2001). Hay un largo proceso de transacciones culturales y políticas, con
momentos generales en tiempo y espacio de asimilación y tensión, que han dado una
constante estabilidad social luego de convenir los límites fronterizos con Guatemala
en 1882 y con Belice en 1893. El acuerdo limítrofe, cabe recordar, fue precedido
de momentos de tensión y conlicto latente entre los jóvenes Estados mexicano y
guatemalteco, por los supuestos o reales propósitos de expansión (Cosío Villegas,
1960), muy a tono con las viejas prácticas de las grandes potencias de la época, pero
el proceder ordinario de las sociedades fronterizas siguió su propia lógica establecida;
las nuevas icciones legales de los Estados, así, al convenir una forma de convivencia
pacíica, ratiicaron en lo normativo lo que era vida cotidiana en las nuevas fronteras
nacionales: una región actuante que siguió su proceder ordinario con la novedad que
tendría nuevos actores institucionales y nuevas reglas públicas. Nada más, pero nada
menos, pues ese paso signiicaba transitar del régimen colonial al Estado Nación en
el nivel macro, pero en el micro, el de las sociedades fronterizas, los valores de convivencia
e intercambio se mantuvieron vigentes.
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