dc.description.abstract | El estudio que presento a continuación surge de una preocupación e interés
personal que nace hace cuatro años, cuando me encontraba escuchando la
leyenda del telar de cintura en Zinacantán Chiapas, mientras aprendía a urdir, o
como dice Doña Magdalena: “parar el telar”. Ella me contaba la historia de cuando
la luna bajó por un árbol para brindarle a la mujer la herramienta con la que
vestiría a su familia. Para ella tejer es algo que va más allá del producir un textil.
Juntas urdimos, juntas tejimos y sin compartir muchas palabras en español, nos
comunicamos, conociéndonos. Tal vez ella me conoció más a mi, tal vez yo la
conocí más a ella, pero algo que sucedió a la par fue la conexión entre ambas
mediante el telar.
Magdalena, como muchas otras mujeres indígenas, vive diversas
situaciones de precariedad en su vida: poco acceso a recursos para satisfacer
necesidades básicas y también discriminación por el simple hecho de ser mujer,
indígena y pobre.
El problema que aborda mi trabajo de investigación no está enfocado hacia
las condiciones económicas o históricas de estas mujeres, más bien parte de
darme cuenta del desconocimiento que yo tenía, como mujer mexicana mestiza,
de las condiciones en que viven estas mujeres.
Para dar inicio a esta investigación ha sido necesario un trabajo personal de
conciencia y autoconocimiento sobre mi realidad, que como mestiza, tengo ya
preconcepciones e ideas que han sido enraizadas en mi educación y vida
cotidiana acerca de mi papel en el mundo. Asumo una mirada mestiza, una mirada
mezclada de culturas distintas con paradigmas similares, los de la exclusión. Ser
mestiza me ha llevado a ser diferente a otras, pero también me ha llevado a
querer indagar más allá de las distinciones y diferencias, a cuestionar la división
de grupos sociales y la falta de espacios de encuentro para conocernos.
La pregunta que planteo para problematizar esta condición social es ¿en
qué situaciones se genera la oportunidad para que nos conozcamos mujeres
indígenas y mujeres mestizas? ¿Cuáles son los espacios en donde cruzamos
miradas? ¿Estos momentos y espacios nos permiten saber quién es la otra mujer
frente a mi? Considero que la respuesta a esta última pregunta es que no, ya que
estos espacios en su mayoría son espacios verticales, de “caridad”, de
paternalismo, condescendencia y sobre todo, corresponden a momentos en los
que la jerarquía social siempre coloca a las mujeres mestizas por encima de las
mujeres indígenas.
Al materializar estos momentos en una reflexión más profunda, identifico
una serie de situaciones cotidianas tales como: “dar dinero en la calle” a una mujer
que camina cargando a su hijo con su rebozo, comprar artesanía regateando con
alguna artesana indígena en el mercado, contratar a una mujer indígena para que
haga labores domésticas bajo un modelo de “patrón – empleada” sin derechos
laborales o en un museo, apreciando la cultura indígena y el trabajo femenino de
tejido prehispánico, totalmente superficial e impersonal detrás de una vitrina o un
libro.
Cuando se adquiere consciencia sobre las situaciones descritas, es muy
difícil poder seguir sin hacer algo al respecto. Esta necesidad de transformar el
contexto en el que me sitúo, me llevó a elaborar un proyecto en conjunto con un
grupo de mujeres indígenas tsotsiles 1 de los Altos de Chiapas, en el cual
buscábamos crear un espacio donde mujeres mestizas de la ciudad de Puebla
pudieran conocerlas y viceversa, a través de una actividad común: el tejido, que
como mencioné al inicio, significa más que una actividad de elaboración de
productos. | es_MX |