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dc.date.issued2015-09-30
dc.identifier.urihttp://hdl.handle.net/20.500.11777/1750
dc.description.abstractHace poco más de un año, cuando nos enteramos del caso Ayotzinapa, recuerdo que la imposibilidad de creer que un hecho así pudiese suceder tan de pronto y tan fácilmente por algunos cuantos, nos llenó el corazón de lágrimas y de coraje. La realidad, por sí misma, ya nos daba cuenta de un Estado rebasado por la corrupción, la impunidad y los tantos síntomas que México ha albergado y no ha podido descomponer para poder reconstituir desde sus entrañas a su tan golpeado cuerpo social. A un año, tengo muy presente que éramos muchos los que compartíamos una profunda tristeza; ya sea porque algunas son madres, otros porque éramos estudiantes y muchos porque simplemente era inhumano. Sin duda alguna, la atrocidad no se podía reducir a un caso de incumbencia estatal, como si fuera algo propio de cada día –aunque la realidad nos grita que sí es parte de la cotidianidad–, algo que no necesitara a todas las miradas y el compromiso de una administración federal; la deshumanización de quiénes perpetuaron los asesinatos y las desapariciones iba más allá de lo inaceptable, pero una vez más, como tantas en el pasado, la respuesta del gobierno fue cada día más desoladora.es_MX
dc.language.isoEspañoles_MX
dc.titleUn abrazo obligadoes_MX
dc.typeArtículoes_MX
dc.contributor.authorBarragán, Ana Karen
dc.date.accessioned2016-08-31T21:31:34Z
dc.date.available2016-08-31T21:31:34Z


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