Un abrazo obligado
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Fecha de publicación
2015-09-30Autor(es)
Tipo
ArtículoIdioma
EspañolMetadatos
Mostrar el registro completo del ítemResumen
Hace poco más de un año, cuando nos enteramos del caso Ayotzinapa, recuerdo que la imposibilidad de
creer que un hecho así pudiese suceder tan de pronto y tan fácilmente por algunos cuantos, nos llenó el
corazón de lágrimas y de coraje. La realidad, por sí misma, ya nos daba cuenta de un Estado rebasado
por la corrupción, la impunidad y los tantos síntomas que México ha albergado y no ha podido
descomponer para poder reconstituir desde sus entrañas a su tan golpeado cuerpo social.
A un año, tengo muy presente que éramos muchos los que compartíamos una profunda tristeza; ya sea
porque algunas son madres, otros porque éramos estudiantes y muchos porque simplemente era
inhumano. Sin duda alguna, la atrocidad no se podía reducir a un caso de incumbencia estatal, como si
fuera algo propio de cada día –aunque la realidad nos grita que sí es parte de la cotidianidad–, algo que
no necesitara a todas las miradas y el compromiso de una administración federal; la deshumanización de
quiénes perpetuaron los asesinatos y las desapariciones iba más allá de lo inaceptable, pero una vez más,
como tantas en el pasado, la respuesta del gobierno fue cada día más desoladora.
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